mi Historia Viva.

algo habrá que hacer por la vida...

martes, julio 18, 2006

en la plaza

La Rusa era la más linda de la plaza, llegó tan afuerina y curiosa, y como era la nueva guapa, se volvió la más pretendida por los de la plaza. Y todos querían invitarla a tomarse un vinito a una peña, y la Rusa sonreía a todos, pero no aceptaba ninguna invitación. Y era tan ordenada, siempre con el primer botón de la blusa en su lugar, siempre tan cortés. Y el Lucho era tan re callado, ahí se pasaba puro tallando los troncos de palmeras que a los turistas le gustaban tanto. La Rusa quedó loca con eso del arte, con eso de lo de acá… con el lucho y su fenotipo medio mapuche urbano. Él la miraba así tímidamente de reojo mientras tallaba, ella le entre hablaba poquito a poco. Los demás decían que el Lucho era como el bendecido: chileno artesano piola chico y negro que había llamado la atención de la Rusa. A veces parecía que la Rusa lo tenia pal leseo, entre que le tiraba palos y después se replegaba con indiferencia. Y ahí los que los veían a diario comenzaron a dar sus consejos de chilenos cancheros, es que era casi como que el Lucho estuviera haciendo soberanía. Un día hizo caso a los consejos y la agarro a besos con violencia… ahí quedó toda prendida la Rusa. Y de pronto la Rusa andaba toda hippie por la plaza, se soltó el pelo y tomaba vino. El Lucho tallaba más lindo que nunca, vendía harto, pero igual no tenía ni uno. Se puso seria la cosa cuando anunciaron visita los parientes de la Rusa, ahí llego el viejo rosadito de voz fuerte con el hermano de la Rusa. Pero ella toda convencida con su nueva vida, con su nuevo amor. El pobre Lucho no habló como en una semana esperando el día del encuentro, pa más remate la Rusa los juntó en un café todo “bien” en vez de llevarlos pa la Piojera o a algún otro dominio del Lucho. Fue tremendo: Gritos pa la Rusa, amenazas de que se la llevarían, invitación de mocha pal Lucho, llantos, huidas, y abrazos de comprensión al final. Si hasta se curaron el Lucho con su suegro y cuñado, la Rusa resplandecía. Y siguió resplandeciendo hasta cuando se nublaron los días en Chile y vino la seriedad, el miedo y la persecución. La Rusa tenía que partir y se llevó al Lucho con ella. Fue triste la despedida a apuraditas. Allá el Lucho dejó de tallar. Allá nunca volvió a salir el sol. Se acabaron las corridas y carcajadas en la via publica, se acabó el amor eufórico. Se secaron los proyectos y el Lucho se dedicó a seguir tomando vino con su cuñado. La Rusa se fue alejando, él se fue ensimismando. Es que se les quedó su amor en Chile.